Después de una jornada bastante intensa en la oficina, entre reuniones, comidas con los representantes internacionales y muchas llamadas de teléfono me moría de ganas por llegar a casa.
Según iba caminando me perdía en mis pensamientos y uno de ellos era la preocupación por saber cómo estaría Aarón. Llevaba en casa toda la semana después de tener una contractura en la espalda que lo dejó tirado en la cama. Los dolores eran intensos y tuve que darle algún que otro masaje para calmarle los dolores. Por este motivo no podíamos hacer el amor y cada día que pasaba y cada masaje que le daba hacía que mi excitación fuera in crescendo.
- Hola cariño, ¿cómo te encuentras hoy?
- Bien, gracias. Parece que el dolor esta desapareciendo pero aun tengo molestias.
“Vaya, hombre” pensé. Yo que quería quitarme estos calores.
Preparamos la cena y mientras charlábamos lo miraba con ojos de deseo pensando en lo que deseaba hacerle pero el pobre no parecía estar cómodo en la silla debido a los dolores.
Nos reímos durante la cena recordando anécdotas del trabajo que yo le contaba y disfrutando de nuestra compañía.
Le vi moverse de nuevo incomodo en la silla, sin encontrar la postura adecuada, por lo que le dije:
- Amor, ¿te doy otro masaje?
- Uf, cariño, la verdad que lo agradecería muchísimo.
Me fui a la habitación y cogí la crema que tenemos para estos casos. Cuando volví hacia la cocina, Aaron ya estaba sin camiseta esperando por el masaje. “¡Ay madre!” Dije para mis adentros y note como la temperatura subía por todo mi cuerpo “Kindra, tranquila, esta con dolores, así que tranquilízate”, me tuve que decir de nuevo para mis adentros.
Unté mis dedos en la crema y se la comencé a aplicar por los hombros y los omóplatos. Cada vez que pasaba los dedos por las zonas doloridas, Aaron soltaba respiraciones hondas y por el alivio que estaba sintiendo. Ese alivio, sus movimientos y sus respiraciones estaban haciendo que mi temperatura subiera más y más y ya no solo era en todo el cuerpo. Se estaba localizando en mi entrepierna. Pasado un rato me dio las gracias y me dijo que ya era suficiente que prefería irse a la cama a descansar.
- Sin problema mi amor. Ve metiéndote en la cama que ahora voy yo.
Aaron a duras penas se fue andando hacia nuestro cuarto y yo me fui al baño. Cerré la puerta, abrí el agua fría y me refresqué la cara y la nuca. Levanté la mirada y me encontré a mi misma mirando al espejo. Me eché una sonrisa pícara y salí del baño. Entré en el cuarto y le dije:
- Amor, échate, relájate y cierra los ojos
Mientras él hacia lo que le había dicho comencé a quitarme la ropa. Una falda de tubo negra, que me llegaba hasta la cintura, una camisa blanca ceñida, las medias y mis tacones negros favoritos.
Me metí en la cama solo con la ropa interior. Un tanga negro con bordados blancos y el sujetador a juego.
- ¿Estás relajado?
- Sí, bastante.
- Bueno, pues ahora te voy a relajar más. Tú no hagas nada, solo disfruta.
Me subí encima de él a horcajadas. Mientras iba inclinándome para besarle mi pelo tocó su pecho y note como se le puso la piel de gallina. Me acerqué a su cuello y le besé con deseo; lamiendo, succionando y acariciando cada parte él. Aaron respiraba entrecortado y su erección era más que notable para mí.
Seguí bajando por su cuerpo, arañando con mis uñas su torso y parándome en sus pezones que estaban firmes como soldados. Besaba su vientre y mis manos pasaron a sus muslos y a su entrepierna. Aaron estaba muy excitado. Muy suavemente acaricié sus testículos con un solo dedo, desde la base continuando por todo el tronco de su pene hasta llegar al glande. Allí fue cuando “oh cariño, que gusto” salió de la boca de Aaron. Sin pensármelo dos veces, saqué mi lengua y con la punta hacia círculos por todo el contorno de su glande. Eso le volvía loco. Seguí jugando, lamiendo por fuera su pene hasta que lo introduje entero en mi caliente boca. “oohh”, fue lo que dijo. El placer que estaba sintiendo no le permitía más palabras.
Seguí, arriba y abajo masajeando con mi mano y mi boca su pene. Verle disfrutar de esa manera estaba haciendo que mi tanga estuviera bastante mojada. Yo estaba también muy cachonda.
Continué y continué, hasta que terminó en mi boca. Su orgasmo, sus espasmos de placer y su respiración hicieron que mi excitación fuera prácticamente incontrolable.
Me levanté de la cama, lo besé y me fui de nuevo al baño. Rápidamente me quite el tanga, completamente empapado, y el sujetador. Encendí la ducha y me metí dentro.
Debajo del chorro caliente de agua que tocaba todo mi cuerpo, mis pezones si pusieron rígidos, con una mano los acaricie y con la otra me fui directa a darme placer.
Mi dedo corazón jugaba con mi clítoris. Lo movía en círculos, pasaba mi dedo del clítoris a la entrada de mi vagina y volvía a subir. Me tocaba, estaba gozando. Incluso con el agua abierta notaba mi humedad. Seguía, me frotaba. Círculos, arriba y abajo me penetraba con mi dedo corazón. Me introduje el índice y el corazón para jugar con mi punto G mientras el pulgar daba placer a mi ya prominente clítoris. Seguía con la danza de mis dedos en mi sexo. Estaba gozando. ¡Me iba a correr, me iba a correr! “¡Ah, sí, joder!”. Tuve que ahogar mi grito de placer contra mi antebrazo para que Aaron no me oyera. Mi vagina latía, estaba ardiente y muy mojada.
Salí de la ducha, me sequé y me fui a la cama muy relajada.
Fue la primera vez que me masturbé con él en casa.
Hace poco se lo confesé y se rió. Me dijo que la próxima vez que lo haga, me acerque a su oído y le diga susurrando:
- Me acabo de masturbar pensando en ti
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