La pareja (Microrrelato)

Se despedían en la puerta de embarque. Mientras sus labios se fusionaban en un beso húmedo, apasionado y caliente, sus mentes recordaban la noche de ayer.

Prepararon la cena pero sabían que era la última antes de decirse adiós y la dejaron en la mesa sin tocar. Se abrazaban y rápidamente se quitaron la ropa para poder saborearse besándose por todo el cuerpo. Estaban calientes, deseando poder entregarse mutuamente.


Se miraban, solo con la mirada sabían lo que querían. Entendió el mensaje de sus ojos y se movió con velocidad hasta el sexo de su pareja. Lo lamia, lo saboreaba, jugaba sin parar hasta que los jugos sexuales aparecieron. Se retiró y con la mirada comprendió también el mensaje. Su pareja hizo lo propio y se recostó en la cama para recibir su parte. La lengua de su amor le proporcionaba siempre mucho placer pero esta vez el placer se elevaba al máximo al saber que se tenían que despedir al día siguiente. Gozaba, gritaba y se movía hasta que también llegó al orgasmo. Saboreó hasta la última gota .

Juntaron sus caras en la almohada observándose hasta dormirse por completo.

La azafata anunció el vuelo. Se separaron. Se dijeron el último adiós recordando su última noche.


Furor en el supermercado

Tengo que confesar algo: Hoy me levanté bastante juguetona.

Eran las 10 de la mañana y sonó mi despertador. Me desperecé, salí de la cama y me puse mi camiseta preferida para estar en casa. Camino de la cocina me detuve delante del espejo que tengo en mitad del pasillo, me observé de arriba abajo, me miré a los ojos y me guiñé uno. Estaba sexy incluso cuando me acababa de levantar. La verdad no sé que me pasaba pero me encontraba con la autoestima por las nubes.
Ya en la cocina encendí la cafetera y mientras se hacia el café busqué en la nevera algo para desayunar. Mientras buscaba el frio de dentro hizo que mis pezones se erizaran y me diera un pequeño escalofrío por toda la espalda. Cogí un poco de fruta y un yogurt. Definitivamente tenía que ir al supermercado.
Mientras desayunaba mi mente empezaba a funcionar y solo se me ocurrían cosas pícaras que hacer durante el día. En serio, ¿qué me estaba pasando? La verdad no tenía ni idea pero me estaba gustando como mi mente estaba trabajando.

Terminé de desayunar, me di una ducha refrescante y me lavé los dientes. Salí del baño con solo una toalla en la cabeza  y me fui a la habitación para ver que me ponía. Con las puertas de mi armario abiertas de par en par observaba toda la ropa que tengo. Repasando todo me preguntaba a mí misma “¿Cómoda o sexy?” y mi mente inmediatamente desechó la palabra cómoda. Sexy será entonces.

Elegí una minifalda de tablas de color negro que me llegaba justo dos centímetro por debajo de mi culo. Abrí el cajón de los calcetines y escogí unas medias blancas que se subían solo hasta las rodillas. Para la parte de arriba la selección se me antojaba muy sencilla, una camisa blanca desabotonada por arriba y por abajo para dejar a la vista mis escote y mi piercing del ombligo. Para rematar mi conjunto mis ojos se fueron directamente a unos maravillosos zapatos negros con un tacón de 15 cm que me había comprado hacía unas semanas. Completamente vestida me fui de nuevo para el baño para ponerme un poco de maquillaje. Me decanté por ponerme simplemente un poco de mascara de pestañas y nada más. Me retiré la toalla de la cabeza y dejé al aire mi melena ondulada, me puse un poco de espuma para darle brillo y ya estaba lista. Último vistazo en el espejo. Me pasé la lengua por los labios para darle un pelín de brillo y me lancé un beso. ¡Estaba espectacular!

Cogí papel y boli y fui anotando todo lo que necesitaba comprar. Metí las llaves del coche en el bolso y cerré la puerta.

Según bajaba por las escaleras me cruce con mi vecino del tercer piso. Le di los buenos días pero se quedó tan perplejo con mi conjunto que solo fue capaz de soltar un “uh”. Por el rabillo del ojo vi que seguía mirándome y se tropezó con uno de los escalones. ¡Casi se abre la cabeza, el pobre! Sé que no está bien pero me moría de risa mientras bajaba el resto de escalones. Parece que mi conjunto funciona.
Andando hasta mi coche era el centro de muchas miradas y de algún piropo. Alguno mejor que otro pero es lo que quería, provocar.

Puse en marcha mi Mini Cooper descapotable y enfilé la carretera hacia el área comercial de la ciudad. Con la música a todo volumen disfrutaba del viaje y del aire que acariciaba mi pelo. Una mano la llevaba en el volante y la otra la deslizaba suavemente por mis muslo con las uñas. Todo junto, el aire, la música y mis caricias aumentaban mi temperatura.

Llegué al aparcamiento, cerré el coche y cogí un carrito. Me fui directa a la entrada del supermercado con el mismo efecto que antes de subirme al coche. Todos los hombres me miraban.

Ya dentro del supermercado pasee por la sección de ropa que tienen mirando camisetas y algún pantalón, simplemente para hacer tiempo. Cogí una camiseta y me la puse por encima para ver que tal me quedaba. Me estaba mirando al espejo y vi pasar varias veces a un mismo hombre por detrás de mí. No dejaba de observarme. En  una de las pasadas me dijo “Cómpratela, estas muy sexy con ella”. Me giré para darle las gracias pero se estaba alejando empujando su carro.

Continué de paseo por el supermercado mientras iba cogiendo algunas cosas que necesitaba. Me detuve delante de las conservas y buscaba mi marca de atún favorita cuando alguien se acerco a mi oído y me susurró “veo que no has comprado la camiseta”. Su cálido aliento en mi oreja y la sorpresa del momento hicieron que me sobresaltara. Miré hacia la derecha pero había desaparecido, gire la cabeza hacia la izquierda y allí estaba de nuevo empujando su carro. “Este tío quiere jugar, pues juguemos”
Tenía casi todo lo que necesitaba, solo me faltaba leche desnatada y un poco de fiambre.

En la sección de lácteos al tener esos grandes frigoríficos la baja temperatura hizo que se me pusiera la piel de gallina y mis pezones se endurecieron poniéndose completamente erectos, produciéndome una sensación muy agradable al rozar tan sensibles contra mi camisa. Extendí mi brazo para alcanzar el cartón de leche y de nuevo un susurro en mi oído “veo que tienes frio”. Esta vez fue distinto, al mismo tiempo que me susurró al oído pasó una mano por debajo de mi minifalda y acarició una de mis nalgas. Me pilló completamente desprevenida y fue una décima de segundo pero pude notar la delicadeza y fuerza de su mano al mismo tiempo. Esa sorpresa aceleró mi corazón y mi excitación pasó de cero a cien enseguida.

Con las piernas un poco temblorosas me fui directa a la charcutería para comprar algo de fiambre sin dejar de mirar en todas las direcciones intentando ver al hombre de los susurros.  Llegué al mostrador pero había bastante gente, iban por el número 19 y yo acababa de coger el 52. No tenía mucha prisa pero la espera iba a ser larga.

Durante la espera me entretenía observando a la gente, sobre todo a los hombres, que hacían cola. Me los quedaba mirando fijamente hasta que ellos se fijaban en mí y me desnudaban y me comían con sus ojos. Yo sonreía de manera tímida y pícara pero dentro de mí el fuego crecía. Apoye los brazos en la barra del carrito dejando mi culo en pompa por lo que los hombres que pasaban por detrás se quedaban mirando. Llegue a escuchar un “Manolo, ¿se puede saber que estás mirando?” Era la causante de discusiones de matrimonios. Es una tontería pero me sentía poderosa. De repente, la misma mano de antes volvió a acariciar otra vez una de mis nalgas. Me incorporé rápido  por el susto pero esta vez la mano seguía allí, no se había movido.

Giré la cabeza hacia la izquierda pero el hombre me susurraba en el oído derecho “estate quieta, no te muevas”, rápidamente la giré a la derecha y en mi oído izquierdo me decía con tono más firme “te dije que no te movieras”. Al mismo tiempo ya no era una mano si no las dos acariciando mis nalgas.  Recliné mi cuerpo levemente hacia atrás y mi espalda rozó su pecho. No sabía cómo era su cara pero su pecho y sus manos me hacían suponer que estaba bien formado.

- Llevas toda la mañana jugando ¿verdad? – me dijo
- No, solo que me gusta sentirme sexy
- Ya, pues yo sí que voy a jugar contigo

Volvió a acercarse y repasó con su lengua el perfil de mi oreja. El calor de mi cuerpo era mayúsculo. Sus manos agarraron fuertemente mis nalgas y me acercó hacia su entrepierna. La dureza de sexo era palpable. Deslizó una mano por mis nalgas hasta tocar con su dedo corazón mis labios calientes y excitados.

- Parece que alguien ha salido sin ropa interior de casa, ¿eh?

A eso solo pude bajar la cabeza y ruborizarme un poco. Parecía que él estaba ganado el juego.
Sin dificultad de ningún tipo introdujo su dedo en mi vagina. Lo sacó de nuevo completamente mojado y esparció mis jugos por mis labios y mi clítoris. Yo, mientras, tuve que aferrarme fuertemente a la barra del carro para acallar un gemido de placer.  Seguía jugando con mis labios y mi clítoris y no me resistí a echar la mano hacia atrás para tocar su entrepierna. Era grande, dura y se notaba caliente a través del pantalón. Poco a poco comencé a bajar la cremallera hasta poder meter la mano y comprobar la textura suave de la piel tersa de su pene.

- ¿Te gusta lo que has encontrado?
- Si.- le dije con un hilo de voz. 

Ahora mismo estábamos empatados en el juego.

Él continuó jugando con mi sexo, metiendo y sacando sus dedos mientras yo le masturbaba.  La cercanía de nuestros cuerpos hacia que lo que estaba pasando fuera prácticamente imperceptible por el resto de la gente. Introdujo dos dedos dentro de mí y cada vez que un número de la cola aumentaba el aumentaba su ritmo. Sentía como el calor subía por todo mi cuerpo y como mi humedad se deslizaba fuera de mí y empapaba su mano. Su pene latía, parecía que tenía un corazón propio era señal de que estaba llegando al orgasmo por lo que disminuí el ritmo. En vez de seguir moviendo mi mano acariciaba su frenillo con mi pulgar para tranquilizarlo un poco. Otro número más y su intensidad aumentó.

Seguí masturbándole pero ahora yo quería ganar. Tiré de su pene y lo saqué de los pantalones. Me frotaba contra él. Lo rozaba con mis nalgas para que se restregara contra mi culo. Me retiré rápido para que su pene cayera y se metiera entre mis piernas, notaba como su glande recorría mi perineo hasta besar mis labios. Moví mis piernas para que mis carnosos labios se abrieran y abrazaran la parte superior de su pene, esto hizo que él se tuviera que agarrar también a la barra del carro. Adelante y atrás, adelante y atrás, mi humedad bañaba por completo su miembro. No quería que me penetrara solo quería jugar con él. Otro número más y la intensidad de los movimientos aumentaba de nuevo y mi turno estaba a punto de llegar. 
Frotándonos, ajenos al resto de la gente disfrutábamos de ese momento. Sentía que mi orgasmo iba a aparecer de un momento a otro. “Sí, sigue desconocido, sigue moviéndote. Continua excitándome, vamos haz que me corra aquí en público”. Otro número, y otro, estaba a punto de llegar. “Sí, lo siento, lo noto, va a llegar, va a llegar, sigue, más rápido, sí”

- Número 52, por favor

Tan rápido como el charcutero dijo mi número, mi amante de supermercado se retiró como si nada hubiera pasado y me susurro al oído “Otra vez será, preciosa”.

Me giré para ver su rostro pero solo conseguí verle como las otras veces, empujando su carro.

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Foto tomada para dar los buenos días a los seguidores de Twitter. @CarolineTales